Antología personal de Ribeyro

Juan José Barrientos

Hace unos días me dijo el responsable de la librería Educal que recibió 54 ejemplares de la Antología personal de Ribeyro, reimpresa por el Fondo de cultura económica en noviembre del año pasado, y le prometí escribir esta nota para avisarle a los posibles interesados.

Originalmente publicada por el Fondo de cultura económica  en 1994, esta antología se reimprimió en 2002, pero se encontraba agotada, pero se reimprimió de nuevo hace unos 3 años, esta vez en la colección popular, y ahora hay otra reimpresión.

El caso es que ya se encuentra en librerías, y creo que vale la pena leerla, porque Ribeyro no solo incluye cuentos, sino también ensayos, obras de teatro, extractos de sus diarios y algunas “brevedades”. Por eso resulta complementaria a la que me publicó la UV en 2015 con el título de La insignia y otros relatos geniales.

Lo más interesante es que en esta antología incluye algunos escritos que solo habían aparecido en revistas, como “El vuelo del poeta”, sobre la muerte de Abraham Valdelomar. “Se trata de breves episodios históricos, verídicos…, pero enfocados desde un ángulo nuevo o más bien personal”, le escribió Ribeyro a su hermano, es decir de “un género nuevo o poco convencional, algo que participa del cuento, de la crónica histórica, de la ficción, incluso de la tradición palmiana”.

Según la Wikipedia, el poeta Abraham Valdelomar “sufrió una caída accidental que le provocó la fractura de la columna vertebral, a consecuencia de lo cual falleció, cuando apenas contaba con 31 años de edad”. Como cayó sobre un montón de piedras que estaba junto a un pozo que servía de retrete, sus enemigos aseguraban que había muerto ahogado en los excrementos, y un escritor registró como verídica esta versión, que aún hoy se difunde. Ribeyro menciona que en una vieja foto el poeta  “luce escarpines, pantalón blanco de seda, chaleco a cuadros y corbata de mariposa”; lo evoca con “una corte de damiselas con parasol y de dandis con sarita”, en el malecón de Chorrillos, y anota que se quejó de los vecinos que “ensucian” el paisaje. Era muy atildado, presuntuoso,  y por eso se le atribuye un deceso indecoroso.

En otros ensayos, Ribeyro recuerda que  Ovidio ya había escrito El arte de amar y otras obras por las que se le recuerda, cuando recibió la orden de abandonar Roma y trasladarse a un lugar en la costa del Mar Negro, no se sabe exactamente por qué; también a Caracalla, que cometió crímenes atroces y asesinó  a su hermano, que le disputaba el poder, pero murió a manos de un soldado que logró burlar a sus guardias.

Lo que a Ribeyro le interesa es el absurdo de la existencia humana; incluye por eso un relato sobre el japonés que asesinó  en París a una estudiante holandesa y se la comió.

Solo las obras le dan algún sentido a nuestras vidas. Por eso se ocupa de Ricardo Palma, que no había hecho nada memorable cuando sobrevivió a un naufragio en el que se ahogaron doce personas y otras sesenta sucumbieron en la costa desértica; sin embargo, se dedicó durante 57 años a rescatar leyendas, anécdotas y personajes en sus Tradiciones peruanas, impregnando todo  “con su espíritu festivo, ligero y socarrón”. También recuerda un episodio en que el Marqués de Sade pudo haber sido detenido.

La librería Educal se encuentra, por cierto, sobre Insurgentes, dentro del Centro Recreativo Xalapeño.

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